“A una nariz”, “A un hombre de gran nariz” o “A un hombre a una nariz pegado”, Francisco de Quevedo

Érase un hombre a una nariz pegado,1
érase una nariz superlativa,2
érase una nariz sayón y escriba,3
érase un peje espada muy barbado;4

era un reloj de sol mal encarado,5
érase una alquitara pensativa,6
érase un elefante boca arriba,7
era Ovidio Nasón más narizado.8

Érase un espolón de una galera,9
érase una pirámide de Egipto,10
las doce tribus de narices era;11

érase un naricísimo infinito,12
muchísimo nariz, nariz tan fiera13
que en la cara de Anás fuera delito.14

15

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PDF A un hombre a una nariz pegado



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Análisis

Se conocen dos versiones de este famoso poema burlesco de Francisco de Quevedo. Una de ellas es la que José González de Salas, gran amigo del autor, editó póstumamente, en 1648, en la colección de poesías de Quevedo titulada Parnaso español. La otra versión es la de un manuscrito conservado en la Biblioteca Nacional de Madrid. La versión que aquí se transcribe y se analiza es la primera.

A principios de 1601, el rey Felipe III y su corte se trasladan de Madrid a Valladolid y se establecen allí, convirtiendo a esta última ciudad en la capital del imperio español. Muchos artistas y eruditos de la época, atraídos por la proximidad al poder imperial, se instalaron en Valladolid, entre ellos Miguel de Cervantes, el pintor Pedro Pablo Rubens, el escultor Gregorio Fernández y los poetas Luis de Góngora, canónigo cordobés, y Francisco de Quevedo, madrileño. Entre estos dos últimos, nació una rivalidad originada en los poemas que cada uno publicaba criticando el estilo literario del otro. Góngora atacaba el conceptismo de Quevedo y este denostaba el culteranismo de aquel. Las piezas satíricas en las que exhibían la rivalidad literaria se fueron convirtiendo en poemas burlescos referidos a las características físicas y las conductas de uno y otro. Así, por ejemplo, Góngora resaltaba en su rival la cojera y la afición a la bebida alcohólica, mientras Quevedo remarcaba el gran tamaño de la nariz de su oponente y le achacaba ascendencia judía siendo sacerdote católico. La rivalidad persistió hasta que Góngora, que era diecinueve años mayor que Quevedo, murió en 1627. Muchos historiadores dicen que no hubo real enemistad entre ambos poetas, sino apenas una mutua crítica de sus respectivos estilos de escritura. Por otra parte, Góngora era por entonces un poeta reconocido, mientras que Quevedo era un veinteañero que poco había publicado y cuyos versos circulaban por la ciudad en forma manuscrita.

El poema A un hombre a una nariz pegado fue escrito por Quevedo en el marco de aquella disputa y destinado a ridiculizar la figura de Góngora. Es conocido también bajo los títulos A una nariz, A un nariz, A un hombre de gran nariz y algunos otros similares. La estructura de soneto es la que hoy consideramos clásica y que habían consagrado, un siglo antes, Garcilaso de la Vega y Juan Boscán. De los catorce endecasílabos, uno es sáfico (verso 11, acentos en las sílabas 4, 8 y 10), uno es heroico (verso 13, acentos en las sílabas 2, 6 y 10), dos son melódicos (versos 8 y 14, acentos en las sílabas 3, 6, y 10) y los diez restantes son enfáticos (acentos en las sílabas 1, 6 y 10). La característica fundamental del endecasílabo enfático es el aporte de firmeza y contundencia a la expresión de la idea que el verso transmite y es la mejor elección que puede hacerse cuando, como en este caso, el poeta adopta un discurso crítico y enérgicamente provocativo. Salvo los dos últimos, los versos son proposiciones esticomíticas (cada verso es una frase) relacionadas con el objeto de la burla, el que, en algunos versos es el hombre (1, 4, 5, 6, 7, 8, 12 y 13) y en otros es la nariz (2, 3, 9, 10 y 11). La maestría de Quevedo en la composición de sonetos se refleja en el uso preponderante del endecasílabo enfático, en el efecto acumulativo de sus metáforas y en la anáfora de esdrújula con que comienza la mayoría de los versos.

El primer verso presenta un recurso muy antiguo que consiste en la inversión de proporciones: la nariz no es un apéndice del hombre, sino que el hombre es un apéndice de la nariz. (Más de 1.600 años antes de Quevedo, Cicerón había preguntado a su yerno Léntulo, que era de baja estatura, quién lo había amarrado a una espada). En este verso, empieza a usarse la expresión érase, que aparecerá anafóricamente en los restantes versos. Esta expresión se utiliza como fórmula de inicio de los cuentos populares, a pesar de que el avance del poema mostrará que no hay ningún relato, sino una enumeración.

La hipérbole del segundo verso es un anticipo de los superlativos que aparecerán en los versos 12 y 13.

En el tercer verso, se adjetivan los sustantivos sayón y escriba. Sayón puede interpretarse como aumentativo de saya (falda o vestidura talar como la de los sacerdotes, que Góngora lo era) o por su significado propio como verdugo. Escriba es un doctor de la ley judía. De este modo, Quevedo se refiere a un tópico de la época que atribuía nariz larga a los judíos, de quienes él mismo diría, en La vida del Buscón, «que tienen sobradas narices».

El cuarto verso ofrece la primera animalización del personaje. Hay versiones del poema en las se dice «mal barbado».

En el quinto verso, aparece una imagen visual que algunos eruditos han querido interpretar de diversas maneras vinculadas con el gnomon o con la sombra de un reloj de sol que está mal orientado («mal encarado»).

La metáfora del sexto verso caricaturiza al personaje queriendo significar que tiene, según dice Rodrigo Cacho Casal, «una nariz larga como el tubo de un alambique, retorcida y grotesca y además goteante». Algunos críticos opinan que el adjetivo «pensativa» pretende completar la alusión a la creencia de que nariz larga e ingenio eran rasgos característicos de los judíos.

En el séptimo verso, aparece una segunda animalización. Para el filólogo Lázaro Ferreter, la nariz es tan monstruosa como un elefante patas arriba. Para su colega Arellano Ayuso, el elefante es el cuerpo del hombre y la nariz es tan grande como la trompa.

El verso octavo acude al nombre del poeta latino Ovidio Nasón para connotar el significado de «narigudo» o «narigón», palabras que, según Joan Corominas, aparecen incorporadas al idioma desde el siglo XV. En cambio, con «más narizado», Quevedo introduce un neologismo. Hay versiones del poema en que se dice «mal narizado».

En los versos noveno y décimo se utilizan, con intención grotesca, sendas metáforas visuales: espolón y pirámide. En algunas versiones, se dice «el espolón».

En el verso once, reaparece la referencia a los judíos mediante una hipérbole en la que las narices de los miembros de las doce tribus de Israel están acumuladas en la nariz del personaje. La insistencia en adjudicar a Góngora la posesión de rasgos judíos, reiterada en otros poemas de Quevedo, se vinculaba con una supuesta ascendencia hebrea del cordobés, lo que era un demérito significativo en una época impregnada de antisemitismo y habida cuenta de que Góngora era sacerdote católico.

Con la aplicación hiperbólica del superlativo a un sustantivo, el «naricísimo» del verso doce alza aun más el agudo tono burlesco del poema, porque la propia forma lingüística es grotesca y jocosa.

En el verso catorce, la gran mayoría de los eruditos cuestionan la intención cómica de la mención de Anás, sumo sacerdote del Sanedrín. El filólogo Ángel Valbuena Prat considera que se trata de una desacertada concesión al lector culto y la califica como un «chiste soso y frío». Se han formulado muchas interpretaciones al respecto. La más plausible es la que, considerando que Anás fue un arquetipo de judío, una nariz tan grande sería un delito incluso en su cara. La referencia a Anás no aparece en el manuscrito de la Biblioteca Nacional de España, en el que este terceto es notoriamente distinto, según puede verse:

Érase un naricísimo infinito,
frisón archinariz, caratulera,
sabañón garrafal morado y frito.

Debe tenerse en cuenta que la recurrente referencia jocosa a un defecto físico, que hoy nos parece de mal gusto, era una manifestación habitual de la poesía del Siglo de Oro, a imitación de los poetas satíricos italianos y, en especial, del poeta burlesco Francesco Berni. No se conoce el número de poemas que Quevedo compuso contra Góngora, debido a que se cree que algunos se perdieron o no fueron publicados, pero se ha estimado que son más de una docena. En algunos de ellos, el autor es muy explícito en su diatriba; por ejemplo, en el que tituló Soneto a Luis de Góngora, pone las siguientes cuartetas:

Yo te untaré mis obras con tocino
porque no me las muerdas, Gongorilla,
perro de los ingenios de Castilla,
docto en pullas, cual mozo de camino;

apenas hombre, sacerdote indino,
que aprendiste sin cristus la cartilla;
chocarrero de Córdoba y Sevilla,
y en la Corte bufón a lo divino.

Góngora no era menos prolífico ni menos incisivo en los poemas con los que se defendía o, a su vez, atacaba a su rival. No en vano había sido quien había puesto en marcha la corriente burlesca de la poesía. Por ejemplo, en alusión a la afición del madrileño al vino, lo llamaba Francisco de Quebebo y, en relación con el caminar de zambo, le escribía:

Anacreonte español, no hay quien os tope,
que no diga con mucha cortesía,
que ya que vuestros pies son de elegía,
que vuestras suavidades son de arrope.

Además, la estética conceptista del siglo XVII encontró en la lírica jocosa una vía propicia para exhibir el ingenio de los poetas, camino que poco después llevaría a intrincadas variantes del soneto y haría que la poesía burlesca fuera el género más exitoso de la centuria. En este contexto histórico debe juzgarse A una nariz. Se trata de un soneto que no es más que una escaramuza de la contienda entre dos colosos de la poesía.

Si bien Quevedo muestra su genial dominio de la forma y la amplitud de su ingenio, el contenido explícito del soneto ha sido a veces censurado, con mayor o menor énfasis, por la crítica literaria. De la poesía festiva en general, se ha dicho que muestra lo intrascendente elevado a la categoría poética. De este soneto de Quevedo, Rodrigo Cacho Casal, de la Universidad de Santiago de Compostela, ha dicho que «son versos dedicados a cantar argumentos pedestres y vulgares, que aparecían también en las antologías de la lírica burlesca italiana».

Nota de Javier Collazo.

Collazo, Javier. May., 2023. A un hombre a una nariz pegado, de Francisco de Quevedo. Poemario. Acceso en https://poemario.com/nariz/

Ejemplos de figuras literarias en A un hombre a una nariz pegado

Figuras Literarias Ejemplos Descripción
Metáfora "érase una nariz sayón y escriba", "érase un peje espada muy barbado" La primer acentúa la prominencia e influencia, mientras que la segunda resalta el tamaño y la forma puntiaguda.
Hipérbole "érase una nariz superlativa", "Érase un naricísimo infinito" Exageración (hipérbole) del tamaño de la nariz, amplificando su característica distintiva y su prominencia de una manera irónica/cómica.
Hiperbatón "era Ovidio Nasón más narizado" Este verso presenta una inversión del orden de las palabras para transmitir y resalta la comparación respecto del poeta romano Ovidio.
Anáfora "Érase un hombre a una nariz pegado, érase una nariz superlativa, érase una nariz sayón y escriba" La repetición de "érase" sirve para crear un ritmo y enfatizar el eje de la nariz en el poema.
Paralelismo "érase un espolón de una galera, érase una pirámide de Egipto" Construye un paralelismo que refuerza el tema central y su prominencia exagerada.
Metonimia "que en la cara de Anás fuera delito" En este caso, "la cara de Anás" refiere a Anás mismo, acentuando el juicio y la crítica.